viernes, 19 de septiembre de 2014

También la tapicería

Estoy que no paro. Una cosa pide otra y otra y otra ...
Empiezas cambiando un azulejo agrietado y acabas reformando toda la casa.
Y en los barcos lo mismo, o más.
Cuando ves algo restaurado y como nuevo quieres que todo luzca bonito, y sobre todo limpio.
La tapicería interior en un tiempo lejano debió de ser preciosa, pero ahora tenía una tonalidad blanco sucio, que no roto, pero sucio de porquería, de restos acumulados en sus más de 30 años de vida. En las fotos parece más nueva de lo que realmente está. Os aseguro que no la cambio por vicio ni por aburrimiento.





Daría para tomar muestras de ADN a un equipo forense hasta jartarse.
Tengo la suerte de que mi hermana es una artesana y se va a encargar de tapizarme los cojines. Eso sí, no puedo tener prisa, no es elegante. Ella tiene su propio ritmo interior, ¿para qué cabrearse por los retrasos?. No sirve pa ná.
Voy al barco un día con tiempo tonto, ni llueve, ni hace viento, ni sol, y desembarco en varias tandas los cojines del salón, que son muchos. Los acomodo como puedo en el coche y se los llevo a mi tapicera. Hay que subirlos a un cuarto piso, ¡qué duro es todo!. Siempre trabajando.
Tengo que comprar la tela, ¡qué pereza ir al almacén de tapicería y empezar a buscar!. Tiene que ser sufrida pero alegre, barata pero buena, amorosa pero resistente. No sé si empaparme de las tendencias del Marie Claire y del Telva.
Elijo una loneta , en color azul, fácil de limpiar, dice el vendedor (habrá que verlo).
Vamos a cambiar al Siddharta por dentro, se lo merece.
Mi hermana y mi cuñado descosen las fundas viejas de los cojines para ver si podemos aprovechar la espuma interior. ¡Viva!. Sirve y me ahorro una pasta. Tengo que comprar unas cremalleras y unos velcros, poca cosa para una millonetis como yo.
La paciencia empieza a escasearme, mi tapicera no la rasca y los cojines siguen tal cual, desarmados e inacabados.
Amenazas, promesas, ruegos, llantos y por fin todo empieza a avanzar. Menos mal que mi cuñado es un sol y le pone ganas.
¡Aleluya!, ya están listos los cojines. Desando verlos puestos, allá los bajamos del cuarto piso, los metemos de nuevo en el coche, los subimos al barco y los colocamos en el salón.
Magnífico resultado. Una gozada verlo todo tan colocadito y limpiño.
Gracias Susi, gracias Quino. Y gracias a Inés y a Antón, mis sobrinos que también colaboraron bajándolos por las escaleras. ¡Sois unos cracks!




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